Hay algo que tiene que quedar claro:
Franz Ferdinand te caga a palos.
A partir de eso, sí se puede hacer un análisis de lo de ayer.
Salí del laburo y me fui con mi primo a comer unas papas fritas con cerveza al Spell Café de Puerto Madero, para ir haciendo un poco de tiempo. Caminando por el dique, se me viene a la mente un pensamiento y digo "¡NO!". ¿Qué pasó?. Franz Ferdinand es incoreable. A saber:
-Olé, olé, olé, olá, Franzfér-dinánd...
-Fraaaaaaanz, Fraaaaaanz...
-El que no grita por Ferdinand para qué carajo vino...
-Una bandera que diga "Do you want to?"...
Estuve todo el tiempo, hasta la entrada, pensando cómo solucionarlo. No hubo caso y adentro comprobé que estábamos todos en las mismas.
Llegamos a la esquina de Lavalle y Madero y la cola daba toooooda la vuelta hasta Tucumán por Bouchard. Me sorprendió tanta cantidad de gente. Y, hablando de la gente, un ítem aparte. Encontramos:
-Mucha resaca de gente que no fue a ver The Rolling Stones y que no va a ver ni a U2 ni a Oasis.
-Muchos, muchísimos fans recontra re improvisados, que se compraban antes de entrar la remerita de la banda (espantosas, a dos colores) con la fecha del recital. No podés.
-Muchas chicas que se mojaban cada vez que Alex Kapranos (cantante de la banda) decía "A".
-Y un puñado de gente como uno, que le gusta la banda y tenía ganas de saltar, bailar y mover el bote.
Una vez adentro, la espera comenzaba inquietarme, como siempre.
La banda soporte que prometían afuera nunca apareció, el espacio para respirar aire se hacía cada vez más pequeño y las pantallas ubicadas a la derecha y a la izquierda del escenario no hacían más que repetir una y otra vez las mismas imágenes.
Alrededor de las 21.20 la impaciencia generalizada de la gente motivó a que la turba comenzará a avivar los ya clasicos "ooooooo ooooooóoooo" y las palmas para apurar a la banda. Treinta y cinco minutos después de la hora estipulada y luego de que uno de los plomos afinara por quincuagésima vez todos los instrumentos de cada uno de los integrantes, apareció la banda. Vestidos con riguroso glamour que acompañaban a la perfección sus ampulosas caras repletas de rasgos sobremarcados, arrancaron potentemente con las guitarras y batería bien alta de "This boy" , característica que, igualmente, sería una constante a lo largo de todo el show.
El primer gran quilombo vino acompañado de, para mí, uno de los mejores temas de 2004 junto con "Somebody told me", de The Killers: "The Dark of The Matinée". Cuando Alex avisó el tema, ya se presagiaba el descontrol con ese estribillo pegajoso y tan brillante que te obliga a rebotar contra el suelo cada dos por tres.

Alex y Nick McCarthy, el guitarrista, demostraron un buen dominio de la escena. Con dos palabras en castellano ("muchas" y "gracias") y algunas plegarias indescifrables en un dialecto de Glasgow se las ingeniaron para mantener a la multitud bien arriba todo el recital. Y aquí es el momento de la comparación: para los que estuvieron el
4 de abril pasado en el Luna viendo a Placebo, ése fue uno de los puntos más contrastantes. Ante una cantidad de público considerablemente menor, Brian Molko, cantante de la banda, pidió por favor a la gente que no haga pogo y nunca estimulí a los que estábamos ahí abajo. Igual te queremos, Brian.

"Do you want to?", "Take Me Out", y luego de los bises "This Fire" fueron los picos de mayor efusividad en todo el show, aunque cabe destacar que en ningún tema la adrenalina descendía y estando dentro de la multitud el contagio de salto, energía, grito y baile se hacía inevitable. Las canciones más soft, por así decirlo, "Walk away" y "Eleanor put your boots on" (esta última, inspirada en la novia del cantante), entraron en perfecta sintonía con la gente, que acompañaba con palmas o brazos arriba.
Otro punto muy, muy alto fue finalizando uno de los temas y casi culminando la noche, donde la batería fue asaltada por otros dos integrantes del grupo y comenzaron a tocar de a tres: le pegaban a la bata con palillos, con una pandereta, con palos. Con todo lo que tuvieran a mano, pero siempre manteniendo el ritmo para que todos los que a esa altura ya chorreábamos sudor no nos guardáramos ni el último hálito.
A la salida, todo el mundo estaba con su remera pegada al cuerpo, empapada, tratando de escurrir aunque sea una gota. Pero era en vano, esa noche de rock y baile ya estaba impregnada en cada uno.