29 de septiembre de 2011

Negrito

Negrito
Aureola en el piso
por esa papada que empaña la baldosa
luego levanta la quijada, se esfuma la marca
como ojos tristones que esconden
los golpes de chico
la sarna de grande
el hambre en la panza:
balancea su comida
entre un recipiente negro y la suerte de un gorrión.
Nunca un plato en una mesa
nunca fideos
mucho menos besos.

Sin collar en el cuello
sin chapita plateada
su nombre en clave es negrito
marca su huella de nacimiento.
Ahora es modelo para sus chicos, cinco o siete
no sabe, quizás diez
les muestra la calle, su pasarela,
el espejo, sus vidrieras
y del cordón sólo se baja
si cruza alguien más.

Cangallo fue su cucha, ahora es Perón
donde se hecha a dormir para dejar de pasear.
Se despierta a la misma hora,
en el gran baño de la ciudad pispea para atrás.
Pasa alguien que lo mira sin querer mirarlo
se larga a andar
con la cola como motor
ritmo frenético de esa silueta del centro
buscando refugio de un cinturón en su lomo
o una patada en el hocico.
Infunda ahora temor en la gente
que corre o le grita para no enfrentar
el arma filosa que está en sus ojos
siempre lista para robar
una rascada de panza
una caricia en las orejas.



18 de septiembre de 2011

Plazas

Plazas
En mi cabeza estaba esta plaza
el pasto, verde y tupido
el canto rodado
los escalones y las rampas.
Los bancos pintados de verde
ahora de blanco
son territorio de las palomas.
Los monumentos de cemento color graffiti
así la historia
deja su blanco y negro.



En el mástil la bandera
desteñida por el sol
miro al cielo y me pregunto
si el celeste es un solo color.



A esta plaza llegó antes
la primavera
las chicas son más lindas
los árboles ya no lloran
las hormigas trazan camino
como nervaduras en el pasto.
Algunas llevan hojas
que duplican su tamaño
otras los tronquitos
que sostienen esta plaza.



Los perros hacen cola y toman agua de la fuente
como en esos tiempos que había
bebederos para todos.



Hay bicis con rueditas, patinetas
gente corriendo en zapatillas, sillas de rueda,
algún patín en línea y coches de bebé
monopatines y nenas saltando la soga;
no hay semáforos y nadie choca.



Los chicos corren, juegan a la guerra
algunas armas son palos de juguete.



El arco está formado
por dos árboles en diagonal.
Hace sombra un fresno
en el medio de la cancha.
Una pelota se escapa a la avenida
y los autos gambetean.
Los límites son aquel banco
aquella piedra
y el sol de las siete y media.

No se entiende que pongan faroles
si no existen las plazas de noche.

14 de septiembre de 2011

Inseparables

Inseparables
Inseparables en la mesa y en la silla
tu mano en el tenedor
mi mano en el cuchillo.
Tus bocados morían en la boca
mi boca se cagaba cortando.

Inseparables en el baño y en la ducha,
vos siempre en el inodoro
a mi me tocaba el bidet.
Listo el pollo, terminabas
abrías fuerte la canilla
mientras el chorro me violaba.

Inseparables en la cancha y en el fútbol,
usábamos camiseta rayada
te robabas los botines y mis canilleras
para cagarme a patadas

Inseparables en la escuela y en el aula
siempre igual en las evaluaciones
yo terminaba las ecuaciones
mientras vos las copiabas.

Inseparables en el bondi y en la parada
del cientocuarenta.
Ese día venía lleno, muy lleno
pero paró, subieron todos, quedamos últimos
te cagué y entré primero.
El chofer preguntó
¿Puedo cerrar?
Sí! No!
Y ¡ZAC!
Nos separamos.

12 de septiembre de 2011

Recetas macanudas para salir indemne de la edad del pavo

Él
Muchacho de rasgos bobos,
de balbuceo incesante y polémico hedor
no escupa cuando hable
procure limpiarse las partes
y afeitarse esa sombra color café.

Pretenda actualizar con su edad
a sus hormonas
extremidades
glándulas
así podrá coordinar
sus calores
motricidad
olores.

Saque sus manos pegajosas de ahí
pero no de la computadora.
Vuelva a Google en su explorador,
escriba "mujer con ropa".
Imprima una imagen color, grábesela en la mente:
en Poringa cogen los de adentro, pero usted está afuera.

Dedique unas horas de su torpeza
a practicar algunos movimientos:
-Despegar la axila del cuerpo
-Sacar los brazos por las mangas
-Pasar la cabeza por el agujero
-Tirar la remera al tacho
-Prender fuego el tacho

Intente en invierno una vez por semana
o dos si la dicha es mucha
acercarse al área cincuenta y uno
o lo que los adultos llaman ducha
para sacar del ombligo la mugre
y la roña entre las uñas.




Ella
Fenómeno desagraciado
no se patee sus patas que van
una para acá y la otra para allá.
Maquille su zoncera con ganas
junto a los rasgos demenciales
póngale mucho ahínco en la cara
parece que ya explotó el maíz.

Picasso hay uno solo, también un Van Gogh
no es copia certificada su rostro
si usté a sus labios
si usté a sus ojos
pintarrajea a diestra y siniestra.

Tupido de piernas y partes
recorte los pastizales
que allí se encuentran arañas.

Desvista su pose de ingenua
y esa risotada pavota
mejor primero que todo, sobretodo antes que nada
vista sus mamas y cola
de novata rebelde acalorada.

3 de septiembre de 2011

Pez en una bolsa de agua


Pez en una bolsa de agua

No sabía cuán lejos estaba de alcanzarme. Seguía corriendo tan fuerte como la presión de mi cuádriceps sobre la ingle y la vejiga me lo permitía. Doblé en la esquina de Gascón, ahí donde se cruza con Soler y hay como seis esquinas, a ver si de esa manera lograba confundirlo. Por unos segundos creí perderlo, pero seguía escuchando la rompiente de la ola y al río cuando se aleja de la orilla.

Inmerso en esa vorágine, me sentía como un pez que se bambolea en el agua de una bolsa, tan frágil por su transparencia como invencible por su calidad. Podía palpar las yemas de los dedos arrugadas de tanto nadar siempre en el mismo sitio, dando patadas para sobrevivir y abrazando las piedras para no irme con el remolino.

Agarré Salguero para el Bajo corriendo por la calle, confiando en que los autos entorpecerían la marcha del perseguidor. A esa altura, las dificultades para mantener el trote ya eran cada vez más evidentes: apenas podía levantar las rodillas en ángulo recto con mi cuerpo.
Detrás, seguí percibiendo el galope de un río embravecido surcando el asfalto como un alud, indicando la urgencia de lo que busca su cauce para salir, sin importar la desembocadura.

Me invadía la sensación aquella -del recuerdo aquél- que creemos haber vivido ayer, pero que sabemos anterior. Flotar en la panza de mi madre, donde todo era tranquilidad y sólo importaba esperar lo inevitable, salir por donde había entrado y ver la luz por primera vez.
También avanzaban sobre mí las imágenes de la tersura de bebé, el rosa de la piel, el óleo calcáreo y los pañales, contenedores de todo aquello que no queremos hacer pero que sostienen lo más primitivo.

Fijé la vista en la Avenida Santa Fe y hacia allí emprendieron mis últimas energías, signadas por el dolor que se agudizaba en la ingle. Luego vino Las Heras y Libertador. Llegué a Figueroa Alcorta dilapidando el resto físico, pasé por abajo del puente de Salguero y tras la pista de Aeroparque se veía, por fin, el mismo río que me perseguía.
Me explotaba la vejiga. Esperaba ser detonada por alguna baldosa mal pisada o una respiración demasiado profunda. El aliento que exhalaba combinaba en perfecta sintonía con la puntada de dolor, que hacía el trote insostenible.
Comencé a caminar. Peor. El tiempo transcurría más lento al caminar, el río adelante quedaba más lejos y en la espalda me acechaba el temblor sin ruido de lo que fue arrasado, como cuando se contempla una avalancha en la montaña desde kilómetros de distancia.
Llegué a la Costanera, me subí a la empalizada y miré para abajo. Era todo orilla, el río estaba en retirada: el viento era de tierra, del Oeste, de atrás.

No era la primera vez que algún yo  -el de la panza de mi madre, el del jardín, o el del colegio primario- estaba en esa encrucijada. Ahora era el de la adolescencia el que veía con desesperación que le corran la vida más allá, aturdido por el dolor encerrado en el cuerpo y perseguido por los escombros del pasado arrastrados a mares.

Giré la cabeza y miré para atrás. La otra orilla, que seguía con su carrera, estaba cada vez más cerca, bajando hacia mí a toda velocidad.
Sobresalían del agua una casa, tal vez donde nací. El tobogán de una plaza, quizás donde crecí. Un crayón y un papel, con los que seguro aprendí. Una pelota de fútbol y un disco de Wilco, donde también me refugié.
Venían todos.
El abrazo a distancia, que nunca extrañé. El silencio de noche, los fantasmas en la cama. El adiós de mi hermana, que después comprendí. La quejumbre deportiva, que después me echaría.

Lo que vino después fueron aguijonazos por doquier, perforaciones liberadoras que iban formando un colador. Mientras los pinchazos me mataban un poco, también empezaba a darme más aire. Cada vez más puntas hicieron cada vez más agujeros hasta romper el plástico y dejarme libre.

La sensación no fue la de caer al río ni la de la firmeza de las baldosones de la Costanera. Era la de flotar agarrado a recuerdos, los mejores, que con viento a favor se dejaban llevar hacia adelante, sin importar dónde eso quedara.


Súper campeones

Arquero
En Uruguay le dicen el golero
pero nunca estuve en Gorlero.
Sin embargo, por la punta de tu este y el final de tu aquél
me hago arquero maravilla
y atajo tus puntazos
sentado en una silla.



Asistidor
Soy un wing a la antigua
esos que te tiran los centros
metela de cabeza
metela de globito
pero métela.

Me embocaste a la fea
te llevaste al diez
Me tiraste un ladrillo
te devolví una pared.



Goleador
Soy el carrilero por derecha
que te manda la bocha a la olla
el goleador de toda la cancha
el capitán chamuyero
el patrón del mediocampo
vos pasás si yo quiero.

Te juego con dos número cinco
un cuatro retrasado y también un tres
para adelante dos números diez
y aunque me tilden de bielsista
5543-1010