10 de febrero de 2014

La piedra de Ongamira

La piedra de Ongamira
Había una vez una nena llamada Laubo y su sueño era volar. Pero ella no quería volar como un avión. Ella no quería carretear desde una colina y zambullirse a un precipicio para ver si podía planear. Lo que Laubo quería era sentir alas de dragón y, con su fuego sagrado, elevarse bien arriba con la fuerza de su espíritu de niña.

Había una vez un brujito llamado Sansil y su sueño era tener poderes. Por más que intentara con distintas pócimas, mezclas extrañas y rituales diferentes, el brujito no encontraba la fórmula para lograr que sus creaciones lograran algún tipo de magia.

Un día, Laubo paseaba descalza por el bosque de Ongamira para sentir las cosquillas de las hojas y se topó con el brujito, que buscaba nuevos ingredientes para probar sus poderes. Ella le preguntó qué hacía y Sansil le contó que estaba preparando un poder superespecial que le daba alas de dragón imaginarias a la gente para que pudieran alcanzar alturas insospechadas. Ella no pudo contener la emoción y le rogó que probara con ella en ese instante. El brujito, apurado, tuvo que improvisar. Miró a su alrededor y vio una piedra que se destacaba entre las otras. La agarró, se la extendió a Laubo y le dijo que la dejara cerca suyo durante la noche, mientras dormía, y que si realmente creía en esa piedra, se le iba a cumplir su sueño de volar.
Ella tomó la piedra con fuerza entre las dos manos, se sonrió y se fue a su casa, pues ya estaba oscureciendo.

El brujito se quedo inmóvil en el bosque de Ongamira, pensando en la ilusión que acababa de crear y en cómo haría para que esa piedra cumpla su promesa. Entonces, Sansil se aferró a la ultima esperanza que le quedaba: se quedó toda la noche en el bosque a esperar por una estrella fugaz para pedir un deseo. El brujito encontraba paradójico que el premio a la paciencia por contemplar el cielo toda la noche sea algo tan fugaz como una estrella. Pero no tuvo que esperar mucho. Al poco tiempo de mirar esas tres millones de estrellas, una se desprendió y viajó hasta el horizonte dejando una estela. Cerró los ojos con fuerza y deseó muy muy muy fuerte que la piedra que le regaló a Laubo tuviera los poderes que le fueron conferidos. No solo lo deseó, si no que también lo creyó desde lo más profundo de su ser.

Mientras tanto, la nena se fue a acostar mirando fijo a la piedra, casi sin querer dormirse para no perderse un detalle de lo que pudiera suceder, pero aferrada a la esperanza de que lo mejor estaba por venir. El sueño la venció, sus ojos se cerraron y la piedra comenzó a brillar. Hubo un destello enceguecedor y Laubo se despertó. Mientras abría los ojos veía cómo esa piedra espejada reflejaba minúsculos rayos de luz hacia el techo.

Como el brujito no había tenido novedades de Laubo y la piedra, una semana después del encuentro decidió internarse otra vez en el bosque de Ongamira, a ver si se encontraba con ella.
Las horas pasaban, la noche se adentraba y Laubo no aparecía. El brujito se acostó a mirar el cielo y vio tantas estrellas fugaces como jamás hubiera imaginado. Una de ellas comenzó a tomar un rumbo distinto, se acercaba más y más a su posición. Cuando estaba a casi veinte metros de él, el brujito comprendió todo:  una estrella reluciente salía desde el tobillo de Laubo, que venía bajando despacito con una sonrisa que alumbraba más que la luna misma. Una vez en tierra, se abrazaron y ella se dio vuelta para mostrarle las alas de dragón. El brujito no las vio, pero igualmente creyó  en la magia. En ese momento, ella comenzó a contarle que la piedra de Ongamira había cobrado vida una semana atrás y que, desde entonces, ya no tiene miedo de que un extraño entre a su casa por la noche, que los cáctus de su jardín se multiplicaron en brazos, que su hamaca la abraza para dormir, que el olor de los sahumerios le rejuvenece el alma y que su espíritu la lleva a volar cada vez que se lo propone.

El brujito, entonces, comenzó a recordar esos hechizos que intentaba sin fe y entendió la diferencia sustancial: esta vez, lo había deseado más que nunca y, combinado con la fuerza de Laubo, la piedra tuvo el poder que ambos querían para cumplir su sueño.


FIN

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