La piedra de Ongamira
Había una vez una nena llamada Laubo y su sueño era volar. Pero ella no
quería volar como un avión. Ella no quería carretear desde una colina y
zambullirse a un precipicio para ver si podía planear. Lo que Laubo quería era sentir
alas de dragón y, con su fuego sagrado, elevarse bien arriba con la fuerza de
su espíritu de niña.
Había una vez un brujito llamado Sansil y su sueño era tener poderes.
Por más que intentara con distintas pócimas, mezclas extrañas y rituales
diferentes, el brujito no encontraba la fórmula para lograr que sus creaciones lograran
algún tipo de magia.
Un día, Laubo paseaba descalza por el bosque de Ongamira para sentir
las cosquillas de las hojas y se topó con el brujito, que buscaba nuevos
ingredientes para probar sus poderes. Ella le preguntó qué hacía y Sansil le
contó que estaba preparando un poder superespecial que le daba alas de dragón
imaginarias a la gente para que pudieran alcanzar alturas insospechadas. Ella
no pudo contener la emoción y le rogó que probara con ella en ese instante. El
brujito, apurado, tuvo que improvisar. Miró a su alrededor y vio una piedra que
se destacaba entre las otras. La agarró, se la extendió a Laubo y le dijo que
la dejara cerca suyo durante la noche, mientras dormía, y que si realmente
creía en esa piedra, se le iba a cumplir su sueño de volar.
Ella tomó la piedra con fuerza entre las dos manos, se sonrió y se fue
a su casa, pues ya estaba oscureciendo.
El brujito se quedo inmóvil en el bosque de Ongamira, pensando en la
ilusión que acababa de crear y en cómo haría para que esa piedra cumpla su
promesa. Entonces, Sansil se aferró a la ultima esperanza que le quedaba: se quedó
toda la noche en el bosque a esperar por una estrella fugaz para pedir un
deseo. El brujito encontraba paradójico que el premio a la paciencia por
contemplar el cielo toda la noche sea algo tan fugaz como una estrella. Pero no
tuvo que esperar mucho. Al poco tiempo de mirar esas tres millones de
estrellas, una se desprendió y viajó hasta el horizonte dejando una estela. Cerró
los ojos con fuerza y deseó muy muy muy fuerte que la piedra que le regaló a
Laubo tuviera los poderes que le fueron conferidos. No solo lo deseó, si no que
también lo creyó desde lo más profundo de su ser.
Mientras tanto, la nena se fue a acostar mirando fijo a la piedra, casi
sin querer dormirse para no perderse un detalle de lo que pudiera suceder, pero
aferrada a la esperanza de que lo mejor estaba por venir. El sueño la venció,
sus ojos se cerraron y la piedra comenzó a brillar. Hubo un destello
enceguecedor y Laubo se despertó. Mientras abría los ojos veía cómo esa piedra
espejada reflejaba minúsculos rayos de luz hacia el techo.
Como el brujito no había tenido novedades de Laubo y la piedra, una
semana después del encuentro decidió internarse otra vez en el bosque de
Ongamira, a ver si se encontraba con ella.
Las horas pasaban, la noche se adentraba y Laubo no aparecía. El
brujito se acostó a mirar el cielo y vio tantas estrellas fugaces como jamás
hubiera imaginado. Una de ellas comenzó a tomar un rumbo distinto, se acercaba
más y más a su posición. Cuando estaba a casi veinte metros de él, el brujito
comprendió todo: una estrella reluciente
salía desde el tobillo de Laubo, que venía bajando despacito con una sonrisa
que alumbraba más que la luna misma. Una vez en tierra, se abrazaron y ella se
dio vuelta para mostrarle las alas de dragón. El brujito no las vio, pero
igualmente creyó en la magia. En ese
momento, ella comenzó a contarle que la piedra de Ongamira había cobrado vida una
semana atrás y que, desde entonces, ya no tiene miedo de que un extraño entre a
su casa por la noche, que los cáctus de su jardín se multiplicaron en brazos, que
su hamaca la abraza para dormir, que el olor de los sahumerios le rejuvenece el
alma y que su espíritu la lleva a volar cada vez que se lo propone.
El brujito, entonces, comenzó a recordar esos hechizos que intentaba
sin fe y entendió la diferencia sustancial: esta vez, lo había deseado más que
nunca y, combinado con la fuerza de Laubo, la piedra tuvo el poder que ambos
querían para cumplir su sueño.
FIN
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