6 de enero de 2012

Los reyes eran seis


Los reyes eran seis

El sol rajaba la arena en el Gobi, pero los seis Reyes Magos subidos a los camellos no detenían su marcha. Juan Carlos, Melchor, William, Gaspar, Luis y Baltasar cargaban en sus espaldas, sostenidas sobre las jorobas de los dromedarios, las bolsas que contenían todo tipo de obsequios que los pueblos recolectaron para enviar a Jerusalén. Árboles con formas de pinos, bolas rojas y estrellas plateadas eran las vedettes de los regalos.
Debían cruzar todo el desierto y surcar las hostiles tierras de Asia Central para llegar a tiempo con las ofrendas con motivo del nacimiento del Niño Jesús.

Fue a la altura de Afganistán donde se toparon con el primer inconveniente. El 24 de diciembre, mientras intentaban ingresar a Kabul, una patota de duendes escoltada por un séquito de renos conductores de trineos, detuvo la marcha de los seis Reyes.

-Tenemos estrictas órdenes del Gordo: si no dejan las bolsas los hacemos pelota.

Inmutables ante las bravuconadas de los antipáticos guardianes de la Navidad, los Reyes resolvieron eludir la capital afgana y desviar su recorrido, pues en el cálculo inicial contemplaban alguna contingencia que pudiera retrasar la fecha de arribo más allá del 6 de enero.

Días más tarde, adentrándose en Pakistán, un muchacho de ropas ajadas que decía ser mensajero del Rey de Reyes les entregaba un papiro que rezaba en letras grandes: "El Niño Jesús ha muerto". Se vivieron momentos de mucha zozobra y desconcierto, hasta que William tomó el papel y alcanzó a leer la letra chica al final del comunicado. Decía: "28 de diciembre, feliz día de los inocentes".
Entre anécdotas de otros viajes y fiestas en las que habían participado, los seis Reyes Magos continuaron la aventura.
El 1° Enero, fueron condecorados por ser los primeros turistas en ingresar a Irak. También debieron intervenir ante el Rey Salomón, que pretendía matar a dos bebés y sus madres que se disputaban el primer nacimiento del año nuevo.

La recta final del recorrido los encontró sin sobresaltos, lo que les permitió cumplir con los tiempos tal cual lo habían planeado.
Al llegar a la tierra prometida, y a medida que avanzaban, se imponía ante sus ojos un castillo inmenso, una magnífica construcción que se erigía entre las ferias de Jerusalén.

A pocos metros de la puerta por donde debían ingresar, los interrumpieron tres sillas, dispuestas en forma de círculo. Debajo de cada una se ubicaba un par de zapatos, relleno uno con agua y otro con pasto. Antes de que los animales se abalanzaran y desataran una lucha encarnizada por el alimento y la bebida, empezó a sonar una música alegre y una voz que se identificó como miembro del Comité Organizador, ordenó:

-¡Ustedes, los seis Reyes Magos! ¡Bailen alrededor de las sillas! Cuando se detenga la música, deberán sentarse. Los tres victoriosos serán correspondidos con agua y pasto para sus camellos y un ágape de bienvenida en el lujoso castillo. El resto, dejará las bolsas con los regalos y se marchará por donde vino.

Entonces comenzó a sonar un ritmo bailable que repetía de forma monótona  Habibi, Habibi y los seis Reyes comenzaron a mover sus caderas, como sacudiéndose la arena que guardaban entre su ropa por el duro viaje por el desierto. Luego se fueron soltando y movieron también los pies, pegando saltitos intercalados e intermitentes, como eludiendo los escorpiones que aparecían en el suelo. Ya compenetrados completamente con el  Habibi, Habibi , Melchor hizo una seña y enseguida se le unieron detrás los otros Reyes en un trencito que daba vueltas alrededor de la silla.
STOP. Se escuchó el silencio de la música y, acto seguido, el despegue de los doce pies en busca de los asientos.
Melchor, Gaspar y Juan Carlos ocuparon cada uno un lugar y celebraban extasiados.
De pie, ya cabizbajos, William, Luis y Baltasar comenzaban a emprender el retorno con más pena que gloria.
Mientras tanto, a un costado, el Comité Organizador se reunía discutiendo animadamente como si existiera algún problema.

-¡Alto ahí! El moreno, venga para acá.

El mensaje de un miembro del Comité iba dirigido a Baltasar. Desconcertado, se desprendió del grupo de los tres derrotados y se volvió hacia el castillo.

-¡Vos, el de acento raro! Dejale el lugar al moreno.

Ahora, la orden era para Juan Carlos.

-¡Joder, tío! ¡Que me he ganado el lugar en buena ley, coño!

No quedaba duda de que Juan Carlos había obtenido su silla lícitamente. Pero en la reunión que el Comité Organizador improvisó segundos después de conocido el resultado se llegó a la conclusión de que, a fin de evitar controversias en la historia de la humanidad, debía existir al menos un negro que hubiera resultado victorioso.

Baltasar ocupó su lugar y de la emoción se estrechó en un abrazo con Melchor y Gaspar, que también lo recibieron con jolgorio. Se abrieron las compuertas y los tres avanzaron con las bolsas hacia el interior del castillo.
Meditabundo y apesadumbrado, Juan Carlos se unió a William y Luis en la marcha del derrotero.
Con el paso cansino de los camellos, comenzaron a alejarse hasta que sus figuras se esfumaron en el horizonte.
Luego del frustrado viaje, cada uno siguió su camino. El destino les tenía reservado a los tres la misma suerte, pero en diferentes latitudes: Juan Carlos en España, Luis en Francia y William en el Reino Unido.


Nota: el relato puede contener apreciaciones inexactas dado a que está basado en pasajes de un texto aún más inexacto conocido como “Nuevo Testamento de la Biblia”.

3 comentarios:

Unknown dijo...

No cabe duda que a fin de cuentas, fue mas beneficioso quedarse con un reino que con solo una cena opulenta!!!

Igual, la vena que se agarro Juan Carlos te la regalo

Santi Silva dijo...

Estimado: gracias por deleitarnos con su mirada largoplacista y no quedarse en lo efímero de un banquete que, brindado por la iglesia, debía ser bastante amarrete.

Lu dijo...

Santi, como te dije, parece el relato del primer Dakar!