9 de mayo de 2011

El tiempo sólo le importa al almanaque

Esta semana se cumple un año desde que me fui de Red Hat y también se cumple un año desde que decidí quedarme en todos ustedes.

Recuerdo (y seguro recuerdan) cómo costaron esos días que se hicieron meses de indecisión, sabiendo que la única y más linda razón que tenía para quedarme en Red Hat era una familia, mi familia por adopción. Pero fueron ustedes mismos que fueron encargándose de hacerme saber que, como toda gran familia, la distancia es sólo una excusa más y que el tiempo no existe, lo creamos; por eso cuanto más hacemos y más compartimos, más tiempo tenemos. Entonces, lo que me ataba era lo mismo que me decía que me fuera. Ese último día tuve un nudo rotundo en la garganta, mezcla de la nostalgia de algo que nunca más será como fue y de la sensación hermosa de poder mirar a todos a la cara y entender lo que decía el corazón por haber compartido tanto y haber crecido juntos. 

Había llegado el momento de soltarle la mano a Red Hat, pero no a ustedes.

Después vino lo mejor: la confirmación de todo esto. Una serie de eventos desafortunados intitulados, pero englobados en un marco común de desilusión con el mundo actuaron como tobogán de glicerina para vomitarme en una pileta llena... Si hubiera estado llena de agua, hubieran llovido decenas de salvavidas; y llovieron. Si hubiera estado llena de mierda, hubieran surgido cientos de manos para sacarme; y surgieron. Si hubiera estado llena de desesperanza y desencanto, hubieran despertado miles de palabras y aliento para devolver el alma; y despertaron.


A Sand y a Seba les debo demasiada paciencia y ganchos al mentón, de esos de abajo hacia arriba que te levantan y te elevan todo: los órganos, el alma, la vida.
A Fede por entender que la sinceridad es sincericidio, que la verdad es una sola (la nuestra) y por compartir el miedo al dolor y el cagazo a que nos hieran.
A Yami le debo la mejor definición sobre mi, la que más me gusta y la que más me cuesta; la del idealista cabeza dura que vive en pugna con el mundo, púgil de batallas contra la razón y un paladín de la justicia divina que ella entiende muy bien.
A Luli, por su eterna inocencia que me irrita, pero que también me lleva a pensar que no todo está perdido y que lo näive también es parte del equilibrio de este mundo.
A Blacky por enseñarme que la paz no se negocia; y aunque hoy todavía tengo guerra interna, siempre se encarga de recordarme que la única trinchera es uno, y que sólo hay vencedores cuando conocés ese espacio.
A Pau y Martín por ser el palito-guía del árbol cuando está creciendo, pero también por ser las tijeras que podan esa copa para poder ver el bosque.



Hay en todos y en cada uno un canto unísono que me tranquiliza, que me da ese bálsamo después de la roncha, pero también que me devuelve la luz de la alegría cuando todo es negro color túnel sin salida. 
Hay días en los que miro para arriba y encuentro algunas palabras que me tranquilizan, y que se sintetizan muy bien una canción que me gusta:


We got open arms for broken hearts
Like yours my boy, come home again
Everyone's here

Es por eso que cuando no quiero estar en mi casa, miro para arriba y encuentro un hogar en todos ustedes. Es por eso que cuando no quiero estar conmigo, encuentro siempre un amigo en cada uno. Es por eso que cuando estamos juntos me devuelven el olor a familia, la caricia de la contención, el fulgor de las risas y la frazada de un abrazo.
Es por eso, entonces, que dejé de verlos todas las horas para quererlos todos los días.

Los quiero!

Santi

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